Maestro Adachi
Todos tenemos ídolos. A muchos con oír la palabra les viene de inmediato a la mente un icono imborrable de su juventud o su niñez. Otros son más escépticos. Pero incluso cuando rechazamos la idea de seguir ciegamente como fans histéricos cada cosa que estos personajes hagan (porque son humanos, son imperfectos y nos acaban por decepcionar), en el fondo siempre recordaremos alguna obra, alguna manera de vivir y actuar, algún momento de nuestra vida que fue importante gracias a que otra persona hizo algo que nos tocó adentro. No siempre se trata de gente famosa, pueden ser de tu familia, amigos tuyos, o el que le pone voz a un dibujo animado secundario, no importa. La cuestión es que exista el deseo, la ilusión desinteresada de querer agradecer a alguien algo que no hizo especialmente para ti, ni para nadie, puede que ni siquiera para sí mismo; pero que perdurará para siempre en tu memoria. Algo que hace que acabes de leer un libro y quieras hablar con su autor, escribirle una carta. Que escuches un disco y ansíes gritarlo en un concierto del grupo. Dar la mano a alguien que admiras. Mirarle a los ojos.
Yo tengo algunos ídolos. A Dostoievski ya no puedo verle ni escribirle, está muerto. Pero me propongo ir en mi vida a ver su tumba. Sin embargo, hay otros muchos que siguen vivos. El otro día fue el cumpleaños del de una amiga mía. Gabriel García Márquez cumplía ochenta años y en Colombia lo celebraron por todo lo alto. Supe por la radio que el escritor casi no nace porque la partera que atendía su madre se bebió el líquido esterilizante que usaban y estaba borracha perdida cuando llegó el momento crucial. Afortunadamente, todo salió bien. Es posible que de mil maneras más absurdas el mundo se perdiera las obras de otros mil genios... De todos modos, me alegré en ese momento de que todo un país se uniera por la celebración de un cumpleaños, especialmente si era el de un escritor. A veces pienso que hemos perdido cosas muy valiosas con el tiempo. Creo que hay más cosas que odiamos o que criticamos sin cesar que cosas que defendemos y valoramos con honestidad, con verdadera ilusión. Por eso no me resigno a que desaparezcan los ídolos... o, si se prefiere, porque el término me parece tremendo, las personas que admiramos.
Mitsuru Adachi es un pequeño genio que dibuja manga. Sus dibujos no son espectaulares, sus personajes no tienen grandes problemas que les hagan desarrollar una personalidad cínica, cruel o atormentada. No hay trajes de combate, espadas o sangre (bueno, qué digo, en todos los mangas hay sangre). Pero Mitsuru Adachi escribe las historias más entrañables que he leído nunca en un cómic. Y las que más me gustan.
Que conste que me encantan las historias con batallas, naves espaciales, muertes, guerras, armas, con los ajustados trajes negros de Gantz, los monstruos, los shinigami y las medias de colores... Pero el manga de Mitsuru Adachi es auténtico. Tiene algo, un guión intachable, una personalidad pura... Y un perro que siempre se llama Punch. Y hay tantas obras, que habría que ir una por una para demostrar cuánto me gustan. Aunque parezcan fotocopias unas de otras a simple vista.
Hay algo extraño en los genios que admiramos. Muchos pueden parecernos unos locos, contradictorios, excéntricos, con vidas apasionadas, llenos de conflictos. Otros, en cambio, son feos, llevan gafas y tienen una vida completamente normal, casi aburrida. Como cualquiera de nosotros. Por lo menos, será más fácil que lean mi carta así, espero... (Aunque antes tendría que aprobar Japonés II, y III, y IV...)
En definitiva, que las obras de Adachi merecen un vistazo aunque sean antiguas. El arte de verdad no se desfasa.
¡Gracias, Adachi-sensei!
Muy pronto, sus obras completas. Dostoievski no tiene dibujos, se siente.
P.D: ¡Os admiro por leerme! :P (Tiene mérito llegar hasta aquí) ¡Saludos!
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