Autobuses...
Me gusta mucho ir en autobús por mi pequeña ciudad. La contemplas (ugg), hueles el aroma de sus parques (oish), te deleitas mirando el amigable rostro de tus simpáticos compañeros de asientos, pestilentes axilas y pisotones varios... Qué deciros: ¡El autobús es el mejor medio de transporte que existe!
Pero cuando la cosa va mal, mal, mal y no da más de sí pienso con verdadero amor en el maravilloso metro sin atascos, con paneles anunciadores, con sus ventanas claustrofóbicas y olorosos túneles, con sus muertes por aplastamiento e inexistentes almohadillas bajo tu culo. El cercanías se convierte en un remanso de paz y seguridad inigualables comparados con el siempre lento, ponzoñoso y CHIRRIANTE autobús.
Sí, chirriante. No suelo ir en autobús por Madrid, pero hoy ya he sabido que no lo volveré a hacer a menos que sea estrictamente necesario. Por lo menos no el nº 5 ecológico de color azul clarito en Plaza Castilla para ir a Sol. Nos sentamos atrás, en una minúscula línea de reputación super-cool en las excursiones y demás eventos juveniles pero que aquí parecía una lata de sardinas. Resultó además que mi asiento o lo que había detrás de él (una fina línea de plástico entre mi espalda y la muerte) no paró de joderme los oídos hasta que llegamos a nuestro "destino" (ni siquiera nos dejó allí porque TODO ESTÁ EN OBRAS). Los dos alemanes que había sentados delante oían la palabra "Bernabeu" y se volvían locos, pero cuando dijimos delante de Colón que el instinto patriótico era basura y más los fachas se pusieron a cuchichear planeando nuestra completa destrucción. Luego una va y rompe un vasito de granizado y el de delante pegó el bote del siglo, con lo que casi se le sale el bate de skin del bolsillo (no son tan duros como parece). El recorrido se hizo eterno hasta que descubrí que haciendo presión contra mi asiento la gente dejaba de mirarme mal y de taparse los oídos. Ahora, eso sí, me importaba más mi pompis agujeteado, así que pasé de ser una buena ciudadana. En la calle vimos a Mauri de "Aquí no hay quien viva" comiéndose un helado de chocolate, pero eso ya no me importaba.
En definitiva: que me he replanteado eso de que me gusten tanto los autobuses. Al menos, no en Madrid, donde para ir a cualquier parte tardas una eternidad y la ansiedad y el agobio pueden surgir en los momentos más insospechados... ¿Será cosa de la capital? Supongo que sólo he tenido un mal día...
Todo es culpa de las putas obras. Debería estar más arraigada la cultura bicicletera, como en Amsterdam. Todo más limpio, todo más... ¿sano? Hmmm... creo al final me quedo con el metro, gracias. Los autobuses apestan, pero los de azul clarito funcionan con gas natural (eran los de Madrid 2012). Ah, y los búhos a veces te solucionan la vida.
Saludos.
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